La ansiedad es una emoción natural que nos afecta a nivel fisiológico, conductual y cognitivo, y que aparece cuando nos encontramos en una situación importante para nosotros y cuyo desenlace es incierto. Es tan desagradable, porque nos lleva a actuar y a intentar ganar certidumbre sobre el máximo de elementos posibles de esa situación: nos estamos preparando para gestionar lo que pasará de la mejor manera posible.
Por ejemplo, pongamos una entrevista de trabajo o examen importante.
Nuestra mente nos hará pensar una y otra vez lo que pueden preguntarnos, repasando qué podríamos responder, haciendo que busquemos información importante como ver la ruta para llegar a tiempo al lugar o investigar sobre la empresa… Esta es la parte cognitiva.
Nuestro cuerpo se activará para tener energía para realizar esas búsquedas, hará que nuestra atención se enfoque en todo lo relativo a ese tema para estar alerta a cualquier suceso que pueda ayudarnos o ser un obstáculo, pudiendo elegir antes de tiempo nuestro atuendo para la entrevista, despejando nuestra agenda… Esta es la parte conductual.
Nuestro cuerpo se sentirá tenso, posiblemente sudemos o tengamos calor, también podríamos sentir cambios en nuestra digestión y en el sueño, notaremos latidos más acelerados… todo esto pasará cuando pensemos en ello o se acerque el momento… Esta es la parte fisiológica.
Pero… ¿la ansiedad es buena?
Todo esto parece bastante necesario y beneficioso ¿verdad? El problema es que la ansiedad se ha ganado muy mala fama, especialmente por la última parte (la fisiológica): no nos gusta sentirnos así, ya que muchos síntomas son bastante desagradables e intentamos evitarlos a toda costa. De hecho, es esta baja tolerancia, lo que nos lleva a querer escapar de ellos : intentamos no pensar en ello haciendo actividades que requieran de toda nuestra atención, disminuir las sensaciones con medicación, drogas o alimentos, incluso abandonamos aquellas metas que nos generan esto.
Irónicamente, esto hace que, por pequeña que sea la sensación que tengamos de ansiedad, la notamos, lo que lleva a frustrarnos más y a que la ansiedad nos genere ansiedad, retroalimentando el resto de síntomas: Lo que, en un principio eran síntomas manejables, se convierten en síntomas intensos y persistentes, que acaban interfiriendo en nuestra vida y disminuyendo nuestra calidad de vida.
La preocupación puntual se vuelve constante, la tensión muscular mantenida en el tiempo genera dolores de cabeza, contracturas y molestias físicas, los problemas de sueño y concentración nos hacen sentirnos cansados e irritables, las alteraciones de apetito y digestión nos afectan también a la energía que tenemos e incluso pueden generar otros problemas derivados.
«Me noto rara: nerviosa, inquieta, mi cabeza no puede parar… No sé qué me está pasando, pero no puedo más«